Había una vez hace muchos años un hada que se llamaba Marylina.
Sus cabellos eran suaves hilos de seda, eran tan ligeros como la brisa y olían a tomillo y sus ojos eran de color ámbar caramelo. Cuando se reía su voz era agua cristalina y sus dientes blancos irradiaban pequeñas lucecitas.
Un día decidió establecer su casa en el bosque porque adoraba la naturaleza. De su bolso sacó su varita mágica y pronunció unas palabras especiales:
Undi-Bi-Undi
Pali-Mi-Un
Pon-Tu-Mi
Casa-En-Forma
De-Un
De pronto apareció una casa de cristal transparente. Así podría ver la naturaleza a todas horas del día.
Todas las mañanas cuando amanecía, CHISPI, su pajarito, se posaba en su hombro y con su “Tri-Tri, el sol ya está aquí”, la despertaba. Juntos iban a ver el sol, pero antes desayunaban. Inmediatamente se ponía en la boca tres gotitas de miel, sólo tres gotitas con cinco pasas de uva.
A la hora del baño, la cascada del bosque se convertía en su ducha particular. El agua salía templada y limpia. Cuando acababa, se ponía su vestido cubierto de miles de cristalitos que cuando se movía hacían un sonido parecido al de las conchas al chocar.
La comida era una cosa especial, del bosque recogía manzanilla, tomillo, salvia y albahaca, la mezclaba con gotas de agua del rocío y hacían una infusión.
Por la tarde su merienda y cena, consistía en coger su taza de oro y llevarla a un punto específico que ella encontraba saltando y diciendo:
Un pasito al norte,
Un pasito al sur,
Un pasito al este,
Un pasito al oeste,
Y al centro
Justo en ese centro elevaba la tacita y veía como un rayito de sol entraba y luego se lo bebía.
Pero un día apareció nublado en el bosque, Marylina no sabía que pasaba. El ambiente comenzó a teñirse de un hollín negro y sucio que iba cayendo en su pelo de hilos de seda, su vestido perdió los colores del arco iris y se tornó gris y su corona de flores se convirtió en flores secas.
Entonces escuchó un ronquido desagradable desde lejos. ¡Apareció el hada RONCADORA! La bruja más mala y fea que pueden ustedes imaginarse. Siempre iba vestida de negro, con manos sudorosas y con dientes a los que nunca se le había ocurrido lavar.
Olía a sapos muertos y sus dedos estaban contraídos, viejos y rugosos. Su cara estaba llena de verrugas y su pelo era áspero y seco como las escobas. Su voz era grave y entrecortada y su risa sonaba a víspera de tormenta.
En un descuido de Marylina, la fea bruja cogió su libro de magia y le cambio todas las fórmulas mágicas, y antes de que se diera cuenta se fue.
A partir de allí, Marylina se convirtió en un hada despistada, se olvidaba de los cuentos. El agua de la cascada, ahora, le salía como cubos de hielo en pleno invierno. No encontraba nunca el centro para beber el rayito de sol.
Lloró tanto que sus lágrimas empezaron a rodar y acabó desintegrándose y todas sus lágrimas brillantes quedaron sepultadas en el centro de la misma tierra. Por eso los mineros que trabajan en las minas de brillantes, cuando los encuentran, saben perfectamente que son las lágrimas del hada Marylina, aquella que siempre les ayudaría.